Un bolero, un adiós

El reloj nunca se detiene, marca su compás a un ritmo que a veces nos parece exasperantemente lento y otras veloz, fugaz, apenas dejándonos tiempo para pestañear.
Invierno en Madrid, un invierno gris y luminoso, ahí radica la complejidad de mi ciudad.
Dublín es gris y azul, gris y verde... húmedo, fértil y encantado. Madrid también es gris, pero su luz te ciega, te seca la garganta, te pierde, te desespera. De Madrid al cielo, dicen, y el cielo poco a poco te asfixia, paradojas del espacio, la soga de la amplitud. El gris de Dublín es un gris de edificios antiguos, de calles empedradas y cielos de plomo. El de Madrid, exhala contaminación y autopistas entrelazadas que lejos de llevarte a casa te acercan a realidades paralelas, te evades de una ciudad que se come cada vez más rápido tu tiempo, tu alma, tus sueños, como Saturno haría, devorando sin conciencia. Poco a poco la globalización extermina el espíritu de los rincones del planeta con encanto, cada día, Madrid pierde un trozo de alma, y cada día hay más ciudades que se asemejan en esa deshumanización creciente. Hay un punto intermedio, un punto en el que el burgo ha crecido lo suficiente para ofrecer mil atractivos a sus habitantes y no ha llegado al extremo de perder su personalidad, su ser más intrínseco. Me pasaría la vida haciendo la maleta y recorriendo ciudades que están en su punto, su adolescencia, su momento álgido.
La última ciudad fue Dublín, mi Dublín, que permanece aún imberbe en mi memoria, sin Starbucks, Spire, Luas, restaurantes chinos por doquier, euros,... (al menos no tantos euros)
Y mi última pequeña guiness, en el Anseo, siguiendo el ritmo marcado por un bolero. Tanto si fue un homenaje premeditado, como una simple casualidad del destino, acabé despidiéndome de Irlanda con acordes de origen español, o ella me dijo adiós de la mejor manera que pudo hacerlo, llegado el momento.
Ahora que ando por Madrid como un zombie, con el cuerpo y la mente completamente descoordinados y los ojos perdidos en el vacío, me pregunto si hasta aquí llegó mi affair con Irlanda o si siguen poniendo boleros en el Anseo ahora que yo ya no estoy... Puede que algún día vuelva a encontrar una ciudad adolescente en otro rincón del planeta más escondido y quizás mi nueva ciudad me reciba con un bolero, que esta vez, bailaré contigo.